La vuelta al mundo de un arquitecto en 30 fotografías
Todo listo en la góndola del globo Victoria II.
60 bombonas de propano. 5 metros cuadrados de panel solar. 120 litros
de agua, 15 kilos de provisiones y gadgets… muchos gadgets para navegar,
inmortalizar y atacar los kilos de soledad que inflarán el lastre del Victoria. A punto de emprender un viaje alrededor del mundo sin escalas en busca de respuestas. La aventura no está tras un récord ya imposible,
la idea es fotografiar 30 de las más variadas ciudades para estudiar y
comprender el tejido urbano que domina el planeta del siglo XXI. Este es
el cuaderno de bitácora del sueño imposible de Le Corbusier y Verne.
Dia 1
Salida tranquila desde Barcelona. España. Aprovecho los rescoldos de la Tramuntana para encarar el Golfo de León y cambiar costa Brava por Azul. La primera imagen de mi proyecto es de la capital catalana. El sueño de Gaudí en manos de las trazas urbanas del Plan Cerdá.
Esquinas achaflanadas, alturas limitadas y homogéneas, grandes e
infinitas avenidas con bulevares rectilíneos atravesadas por cuchilladas
diagonales. La ciudad, colmatada, parece que funciona o, al menos, no
es un caos.
Barcelona desde el aire.
Llegamos a Mónaco justo
cuando nos abandona el rayo verde a nuestras espaldas. Mónaco es el
paradigma del urbanismo saturado. 2 kilómetros cuadrados de yates con
tejados de oro para el país con mayor densidad de población del planeta.
No hay tejido urbano sino adaptación topográfica de villas de lujo. Una
cascada de favelas a 25.000€ el metro cuadrado.
Principado de Mónaco.
Dia 2.
Tras una noche acariciando la cuerda de los Alpes,
desayuno a 3.000 pies sobre la ciudad de los canales. Abro escotilla,
huele a Quattrocento. Podría haber viajado en el tiempo, podría ser la
reencarnación de Marco Polo. Venecia es
un caramelo, un mosquito vivo atrapado en ámbar en la historia del
urbanismo. Un teatro para turistas, un infierno para residentes, una
inspiración para artistas, una lucha continua contra el agua. A Venecia la mataría antes la sequía que una ‘acqua alta’. Sin su presencia sus cimientos de madera pudrirían y colapsarían en pocas semanas. He gastado ya cuatro bombonas.
Venecia.
La calima se tiñe de anaranjado con el anuncio del ocaso. Después de atravesar los Alpes por el Finsteraarhorn llego al Cantón de Berna dispuesto a contemplar la maravillosa villa arropada por el meandro del Aar.
El alma de esta ciudad se erigió como bastión del espacio prealpino en
el medievo, pero ha sido decorada con lo mejor de los siglos venideros y
restaurada con mucho respeto en el XVIII. Ningún ejemplo más orgánico
del trazado de sus calles, acariciando las líneas naturales que propone
el río. Organicismo urbano. Antes de volver a ascender abro la
escotilla. Huele a oso dentro y fuera de la góndola.
La ciudad suiza de Berna.
Unas horas más empujado por la corriente alpina, me desplazo hasta la Ciudad de la Luz. Probablemente, junto con Berlín, el espejo donde más se han mirado los grandes urbanistas europeos. París es ‘soñado’ por Haussmann a la medida de Napoleón III.
Las anchas calles y ‘boulevares’ diseñados para evitar las barricadas
que otrora levantaban los rebeldes en las antiguas y angostas ‘rues’.
Los grandes ejes que trazan radialmente la ciudad como línea de
perspectiva de enormes hitos o monumentos; las hermosas plazas
circulares y, sobre todo, la modernidad en las instalaciones que desde
sus entrañas hacían posible el funcionamiento de este megalómano
proyecto. El 60% de los edificios medievales fueron vestidos de la
uniformidad de las reformas. Un cambio brutal nunca antes visto y que
sigue haciendo historia.
París a la altura de la torre Maine-Montparnasse.
Día 3
Amanece despejado.
Aprovechando la estabilidad atmosférica hoy no bajaré de los 20.000 pies
para pillar las corrientes del Norte. Gastaré, seguro, un par de
cilindros de propano. Ayudaré con el motor de hélice solar para fijar
rumbo cuando el viento no supere los 8 nudos. Cierro escotilla. Destino:
Cualquier lugar de los Países Nórdicos.
Llego con la noche ya muy cerrada —todo lo cerrada que deja el estar a pocos kilómetros del círculo polar ártico en el solsticio de verano—. Suelto aire para descender pasado Estocolmo, a la altura del Golfo de Botnia y me encuentro con esto:
Sundsvall. Suecia.
Cambio el delirio de grandeza parisino por el ‘New empirism’ nórdico de Sundsvall.
El urbanismo de los países del norte de europa es de raíz vernácula.
Mezcla de lo rural y lo urbano con materiales absolutamente autóctonos… y
se nota. Ciudades orgánicas sin salirse de la escala asumible y
salpicadas por el genio de las obras de Asplund, Saarinen y el gran Alvar Aalto. La calidez de sus maderas se intuye siempre bajo el manto nevado incluso desde esta altura. Apetece posar el Victoria II para dejarse llevar por el ocio de aire vikingo pero quedan 24 largas etapas. Siguiente parada: la gélida Siberia.
“La
auténtica esencia de la arquitectura consiste en una reminiscencia
variada y en desarrollo, de la vida orgánica natural. Este es el único
verdadero en arquitectura.” Alvar Aalto
Día 4 y 5
Vuelvo a subir a más de 20.000 pies buscando una corriente de chorro para
hacer la etapa más larga hasta el momento. Sin variar la latitud
descenderé cuando navegue unos 3.000 kilómetros. Espero que el ‘jet
stream’ ártico me lleven al corazón de Siberia. Quiero buscar y estudiar el desarrollo urbano en condiciones extremas. De clima y de recursos.
Tras cuarenta horas de
navegación y a 50 grados bajo cero, desciendo a 2.000 pies buscando
cualquier rescoldo urbano. Me tropiezo con la ciudad de Norilsk.
Un brutal ejercicio de socialismo industrializado carente de
ornamentos, sin parques, con zonas comunes deconstruidas, sin apenas
servicios. No tiene un árbol vivo por culpa de la lluvia ácida. La
practicidad y el funcionalismo ponzoñoso al servicio de la minería o…
del Gulag. Un núcleo urbano entre el suburbio minero y el campo de trabajos forzados. A pesar de ello hoy tiene más vida de
la que aparenta. Huele muchísimo a azufre. Cierro, tiro los diez
cilindros de propano vacíos y vuelvo a subir sin casi necesidad de gas.
Día 6
Amanezco en Moscú con
las paredes interiores de la góndola empapadas por el ‘efecto cubata’ o
condensación de la humedad interna por la diferencia brutal de
temperatura traida de Siberia. Bajo 5.000 pies para fotografiar el
crisol de arquitecturas bolcheviques, de Zares y Reinas, de dictadores y
príncipes. Impresionante amanecer reflejado en las placas de hielo del
río Moscova. Una ciudad nacida y concebida tras la revolución de 1917 y
de la mano constructivista de Konstantín Mélnikov.
El Kremlin. Moscú.
Sin olvidar las ciudades fantasma de Siberia y gracias a la hélice solar que me permite navegar sin casi viento a baja altura, pongo rumbo paseando al corazón de Ucrania. Pronto, a 6.000 pies, pillo un chorro que me lleva hacia el sur hasta la ciudad de Pripiat.
Otro ejercicio imprescindible para mi tesina. Cómo se traga la
naturaleza las grandes urbes abandonadas por el hombre de la noche a la
mañana. Pripiat fue una de las víctimas del desastre de Chernóbil,
situada tan solo a 19 kilómetros de la central nuclear, fue evacuada
completamente a las 72 horas del terrible accidente. Obra del partido
comunista, nació como ‘La ciudad del Futuro’ y murió como ‘Ciudad
Fantasma’… dejando una fotografía perenne del urbanismo atómico
socialista. Es muy peligroso merodear por aquí. Subo.
Pripiat. La ciudad Fantasma de Chernóbil. Al fondo la central.
Día 7 y 8
Trazo una perpendicular
al paralelo buscando un aumento radical de temperatura. Me costará más
combustible para navegar pero ahorraré un poco en climatización
interior. 1.700 kilómetros hacia el sur. Velocidad de crucero increíble
de 150 nudos a 25.000 pies. 6 horas de viaje. Creo que ya domino la
máquina.
Por la velocidad de
descenso también noto el cambio del tipo atmosférico. Abro a 5.000 pies
para intercambiar aire ucraniano por sirio. Lo primero que noto al
descender a 1.000 es el cambio de color de esta parte del mundo. Estoy
en Alepo, al norte de Siria; a mitad de camino en la ruta que une la costa mediterránea y el Éufrates. Impresionado por las parabólicas. Me siento vigilado. Como y subo.
Alepo. Siria. Fuente
Mi siguiente parada
conserva el tono ocre y arcilloso que no abandonaré en los próximos
10.000 kilómetros. A menos de 900 kilómetros y, tocando con la mirada la
isla Chipriota, llego a El Cairo para
fotografíar las azoteas de uno de los barrios de esta milenaria ciudad,
con unas infraestructuras desactualizadas en su franja más pobre. Si no
puedes almacenar la basura y los escombros súbelos lo más alto que
puedas para que no huelan ni molesten. Interesante concepto.
Azoteas de El Cairo. Egipto.
Dia 9
Pero en esta parte ocre
del mundo sí que hay extrema riqueza. Ciudades construidas con los
cimientos del petróleo cambian cultura milenaria por bambalina y
progreso artificioso. Sinceramente. No sé qué prefiero. Tras 2.500
kilómetros nocturnos sobrevolando los pozos de Arabia Saudí amanezco con esto. Rascacielos haciendo honor a su nombre en el paraíso del oro negro reinvertido. Dubai.
Amanecer en Dubai.
Como fakir sobre su
cama de púas me dejo llevar, acojonado, por una leve brisa a 3.000 pies
sobre este oasis artificial construido con un ejército de esclavos modernos para lustrar la Kandora y el Hatta de sus jeques. Aquí no hay urbanismo, solo hay dinero.
Dubai bajo mis pies.
Dia 10 y 11
Empiezo a ahogarme en
mi aislamiento justo al desayunarme el décimo día, cuando me dispongo a
fotografiar ‘villa miseria’. 2.000 kilómetros más al Este. El urbanismo
engendrado en condiciones de infravivienda. Aquel que no se planea, que
es natural, orgánico y espontáneo en la pobreza, clave para entender
alguno de los principios básicos del desarrollo urbano moderno. ¡Qué
contraste con Dubai, madre mía!
Protegido por el cinturón del Himalaya, bajo al Sur para observar asentamientos del segundo país más poblado del mundo. La India. Quiero que veais esta ortofoto colmatada de parcelas en un suburbio de Nueva Delhi.
Piel de elefante, densidad homogénea sin flujos ni servicios ni zonas
comunes. Lo imprescindible para sobrevivir colmatando y aprovechando al
máximo el espacio.
Asentamiento de infravivienda en Nueva Delhi.
Impresiona la
proporción y el organicismo de su tejido, directamente diseñado por el
instinto de supervivencia. Ocupación máxima para mínima edificabilidad,
la pesadilla de cualquier promotor especulador moderno.
Sigo bajando por la región del Indostán. El panorama es desolador. Bajo a 100 pies a la altura de Dharavi, el mayor tugurio del mundo. Suburbio de Bombay,
ciudad de parias, cataclismo urbano. Un millón de almas en apenas 3
kilómetros cuadrados. Casas multifamiliares de 10 metros cuadrados.
Inundables, impracticables… Subo a 10.000 pies, pero me hundo en su
miseria. Recuerdo Mónaco al comparar densidades y lloro.
Dia 12 y 13
Una de las ventajas de
disponer un globo presurizado y de alcance casi estratosférico es que el
margen para pillar un ‘jet stream’ con la dirección que queramos es
mayor, al poder subir más allá de los 50.000 pies para buscarlo. Las principales corrientes en chorro están localizadas cerca de la tropopausa, en el límite con la estratosfera y a 20 kilómetros de altura. El
problema derivado y uno de los mayores peligros es, precisamente, la
cantidad de propano gastado para ello y que hace imposible hacer un
cálculo estimado total para un vuelo de 30 días y sin escalas. Yo llevo
15 botellas de más, un 25% de margen y empiezo a dudar de que sean
suficientes. Me enfrento ahora a una de las etapas más complicadas.
4.000 kilómetros rumbo norte por encima del Himalaya hasta la gran estepa de Mongolia. Corrientes muy fuertes e impredecibles.
Después de 3 botellas completas de propano a chorro llego, por fin, a las afueras de Ulán Bator, capital de Mongolia.
Lo que véis no son las ruinas de algún poblado antiguo conservadas como
atracción turística. Es un asentamiento actual de un barrio marginal de
la capital. Un despliegue de yurtas o
tiendas de campaña usadas por los nómadas de la estepa asiática. El
mongol depende de los pastos del terreno sobre el que vive, y estos
dependen del clima extremo. Van huyendo del frío. Aquí no es importante
la casa, sino la parcela. El perímetro sólido, pétreo… acota la
verdadera propiedad. La casa blanda, efímera… cambia de forma y dueño
cada temporada.
Suburbio de Ulán Bator. Mongolia.
Dia 14
Quiero que veáis esta
foto antes de informaron por donde floto ahora. Vamos a intentar deducir
qué cultura estamos sobrevolando hoy. Fijaos en la trama, en la calidad
de las viviendas y en el entorno industrial del fondo. A primera vista
parecen un poblado residencial en algún perímetro industrial de una
ciudad colmatada de oriente, pero nada más lejos de la realidad. Hay
algo que no cuadra. Las viviendas son muy grandes. Con tres alturas
sobrepasarán mínimo los 300 metros construidos cada una, amén del jardín
y parcela ¿Qué trabajadores del sector primario tienen casas de 300
metros? Tiene que ser una actuación dirigida especial. Ahora fijaos en
la calidad de los materiales. Parecen muy pobres. No hay grandes
revestimientos (aunque parece que todavía se están construyendo y quedarán así).
No cuadran con proyectos de villas señoriales ostentosas, además, ¡Son
todas iguales! ¿Qué forma de buscar la distinción de los nuevos ricos es
esa? Solo un estilo e ideología puede construir un lujo tan atrofiado y
basado en la igualdad también para con los acaudalados. ¡Exacto!… el
comunismo (moderno) mal entendido. Estamos en China, cerca de Shanghai, sobrevolando a 200 pies la ciudad de Huaxi,
una especie de isla del delirio capitalista en la inmensidad de este
nuevo falso comunismo. La ciudad más artificialmente rica del todo el
país. Pensada y construida para vender sus encantos como publicidad de
la nueva prosperidad materialista. Sus 1.500 habitantes son accionistas
del grupo Jiangsu Huaxi, el mayor entramado empresarial de China, dueño y promotor de esta ‘aldea Potemkin’.
En algún lugar de…
Dia 15
A menos de 800 kilómetros al Este del falso paraíso de Huaxi está Hong Kong.
La antigua colonia británica sí responde a un desarrollo capitalista
más natural, siendo hoy uno de los grandes centros financieros de Asia.
A pesar de lo que pueda parecer a simple vista el 75% del territorio de
la ciudad es un parque natural, los siete millones y medio de
habitantes viven en el 25% restante. Pongo el ojo de pez y os regalo
esta inmensa fotografía del erizo de la ‘city’ antes de volver a tocar
mar después de mis últimos 15.000 kilómetros. Ya huelo el salitre.
Hong Kong.
Dia 16
Bordenando la costa del Mar de China la corriente me pone rumbo al Norte, buscando la sempiterna referencia del Monte Fuji, para descender en la ciudad que mejor ha sabido llevar el mestizaje de tradición y modernidad de toda Asia. Tokio.
Tokio es templo y modernidad, rascacielos y Templos Shinto, hoteles del amor y los kapuseru, kimonos y medias de lycra, tecnología punta y tradición; pachinko y Sonic Sega. Pero Tokio también es la luz de Tadao Ando y Kenzo Tange, la tradición vestida de vidrio y acero de Arata Isozaki y la ciudad simulada de Toyo Ito.
“La arquitectura sólo se considera completa con la intervención del ser humano que la experimenta.” Tadao Ando
Lo primero que me impacta tras descender con el Victoria II es lo saturado que está toda la bahía de Tokio,
ciudades y prefecturas se confunden y separan solo por líneas
imaginarias que impiden distinguir el tono milenario de esta tierra,
bañada ahora en cemento. 32 millones de personas comparten Tokio/Yokohama en una trama urbana colmatada hasta donde alcanza la vista. La explosión demográfica de postguerra condujo a Tokio a una metropolización excesiva convirtiendo una ciudad industrial al estilo del Liverpool británico o del Chicago norteamericano
en una de servicios, y absorbiendo prefecturas colindantes en un mismo
sistema urbano muy limitado en su crecimiento por el mar.
El mar de cemento de Tokio.
Dia 17, 18 y 19
48 horas desconectado
de cualquier atisbo urbano. 6.500 kilómetros hacia la plataforma
continental australiana. Es muy difícil la navegación cuando quieres
buscar el rumbo y no quedarte a merced de los caprichos de Eolo. No
encuentro el chorro adecuado hasta los 55.000 pies y solo 2 botellas —de
propano— después. Me quedan 18. Velocidad media de 90 nudos.
Las Islas Salomon me anticipan el continente, mi destino es entrar en él por el estado de Queensland para inmediatamente abandonarlo bordeando la costa e intentar poner rumbo a Nueva Zelanda. La ‘cortina turística’ de la ‘Golden Mile’ que me recibe es impresionante. Una ciudad lineal transcurre paralela a la línea de costa como metáfora de la gran barrera de coral que esconde cerca el mar del mismo nombre. La playa infinita es de fama mundial y principal línea directora del brutal tejido urbano de esta zona.
La Milla de oro en el estado de Queensland. Australia.
Consigo empalmar una corriente hacia el este que me llevará, tras 2.000 kilómetros, hasta Auckland; en la isla norte de Nueva Zelanda. Es el mayor núcleo poblacional del sur del Pacífico, con más de un millón de habitantes. Una ciudad entre volcanes cuya explosión demográfica surgió tras la invasión colonial europea a mediados del XIX, desplazando a los maoríes que se habían ganado la tierra llegando hasta aquí en canoa desde Tahití en el siglo XII.
Dia 20, 21 y 22
Entramos en el último
tercio de la expedición. Si no hubiera hecho estos 20 descensos y
aproximaciones ya habría dado la vuelta al mundo y me sobrarían 17
botellas. Pero me queda lo peor. A pesar de aprovechar las corrientes de
chorro naturales al máximo y contar con una hélice que me permite
navegar algo sin viento, mi globo sigue siendo un globo y no un
dirigible. Lo que cautivo a Verne, a Fosset o a Bertrand Piccard; lo que sedujo a Edmund Hillary o a Amundsen fue lanzar
un reto constante a la naturaleza en igualdad de condiciones o, por lo
menos, en un acuerdo pactado y equilibrado donde el hombre nunca tiene
la última palabra. Ahí está el desafío.
Los próximos 3 días
navegaré en solitario por el sur del Pacífico para, aprovechando la
corriente estival del Oeste, abordar el continente americano por Chile hasta Bolivia, no sin antes hacer la imprescindible escala visual en territorio Rapa Nui (Isla de Pascua)
Dia 23
Se me ha roto el váter
químico. No es el mayor de mis problemas pero sí el más oloroso. El
cálculo de gas en condiciones favorables me da un resultado negativo.
Llegaré a la última y peligrosa etapa atlántica —allí donde fracasó Fosset—
con menos de 4 botellas. Terriblemente insuficiente. Debo pensar otra
ruta. De momento asciendo a 3.600 metros sobre el nivel del mar para
intentar alcanzar La Paz… interior y exterior. Me sale más barato al
deshacerme de 5 cascos de botellas vacías. La subida es impresionante.
Sobrevuelo Chile, Perú y bordeo el lago Titicaca hasta
llegar a la falda de los Andes. Y me encuentro con una ciudad hermosa.
Crisol del desarrollo y de miseria. Una cascada de infravivienda por la
colina de uno de sus suburbios. Pero La Paz es mucho más. Mezcla de arquitectura colonial y moderna. Un caos organizado y con increíble encanto.
La Paz. Bolivia.
Dia 24
Aprovechando la
corriente andina bordeo la cordillera de los Andes hasta atravesarla por
La Rioja, ya en territorio argentino y 1.500 kilómetros más al sur. Si
el paraíso natural existe, debió inspirarse en estas tierras. Mi próxima
parada urbana es Buenos Aires para
poder pillar las corrrientes oceánicas que me lleven de nuevo al Norte.
Cada vez más cerca —en distancia y en cultura— del punto de partida de
la expedición. Y digo esto porque Buenos Aires comparte con Barcelona parte de su estructura reticular urbana que vimos el primer día. Trazado que imponían aquí las Leyes de Indias: una cuadrícula de 16 x 9 manzanas adaptada al río de La Plata, que hoy conserva el casco antiguo y que se ha extendido hacia la periferia.
Buenos Aires by Night.
Buenos Aires. La ciudad de las manzanas.
Dia 25 y 26
Probablemente este
viaje no tendría sentido sin la siguiente aproximación. Muchas de las
anteriores han sido condicionadas únicamente por los caprichos del
viento, pero esta responde a la voluntad absoluta por conocer y
fotografiar el mejor o más importante ejemplo de planeamiento urbano del
siglo XX y la capital más organizada del mundo moderno. Brasilia
Cuando en los años cincuenta Lúcio Costa y el eterno Oscar Niemeyer (que ya era viejo antes de que existiese la Brasilia actual)
pensaron la ciudad, diseñaron un planeamiento utópico donde todo era
nuevo y se partía desde cero. Había que, incluso, elegir el lugar donde
llevarse la nueva capital administrativa. Por eso el ejemplo es tan
relevante. Había mucho interés por saber cómo respondía un desarrollo
urbano totalmente nuevo y artificial. El planeamiento piloto incluía una
ciudad para medio millón de habitantes y millón y medio para los
barrios periféricos. En solo 4 años estaría lista.
Fijaos en la siguiente
imagen..¿Qué os sugiere la forma de la ciudad? ¿un boomerang? ¿Un
pájaro? ¿un avión?… Probablemente la forma de aeronave es la más
representativa. Un eje central motor con todos los edificios públicos y
administrativos —con el Palacio Presidencial y el Tribunal Supremo al fondo, en la supuesta cabina de mando— y una alas inmensas o residenciales como ‘sustento’ real de la ciudad. ¿Casualidad?
El corazón de Brasilia desde el aire.
Dia 27 y 28
Se acabó la navegación
controlada. Me entrego a los vientos del sur para trepar las Américas y
dirigirme lo más al norte posible antes de dar el gran salto. Las etapas
ahora serán más largas, rápidas y con menos gasto de combustible;
buscando medias por encima de los 120 nudos a 40.000 pies. Después de
más de 48 horas hago mi primer descenso a la altura de México DF para
compartir este asombroso paisaje urbano fruto del crecimiento
arrollador y desordenado del gigante de casi nueve millones de
habitantes.
Barrio residencial de México DF.
Dia 29
Sigo a merced del viento continental que me lleva hacia el Noroeste, a punto de intentar cambiar el ventarrón por el jet stream que
debería impulsarme hacia el Atlántico. Estoy terriblemente cansado.
Aprovecho para descender y cambiar el aire de cabina en Las Vegas.
Nevada. EEUU. Uno de los pastiches y fraudes urbanos más grandes de la
historia. Levantada antaño en medio del desierto sobre una parada en la que repostar agua para los trenes que viajaban entre California y Nuevo México. Engordada ahora
sobre la nada como monumento al juego, el ocio y el turismo del plagio y
cartón piedra; que sobrevive gracias a la inyección constante de dinero
invertido en exprimir la ludopatía e insultando al urbanismo
racionalmente sostenible.
Urbanización en Las Vegas. Nevada. EEUU.
Dia 30 y 31
Pillo de madrugada un
chorro del Este a 48.000 pies. Me quedan solo 2 bombonas —dos ascensos
en el mejor de los casos— para lograr sobrepasar en dos grados el meridiano de Greenwich que dejé atrás en Barcelona, unos
9.000 kilómetros para completar la vuelta al globo soñada. No hay la
menor posibilidad. Fue bonito mientras hubo contingencia pero he
sucumbido a la lucha desigual entre mis deseo racional de marcar la ruta
y las variables climáticas más impredecibles. De novato.
Antes del último
ascenso dedico mi penúltimo atardecer a la ciudad más soñada. Corazón de
Occidente y pesadilla del Oriente próximo. Nueva York. Nada
que comentar que mejore las vistas desde su geométrico pulmón. Quizás
solo desmerece a la misma imagen pero simulada de hace cuatrocientos años.
Central Park. Nueva York.
Dia 32
El plan es subir a 75.000 pies con los últimos dos cilindros e intentar buscar el nivel alto del chorro Atlántico-Norte.
Una corriente que ha destrozado infinidad de expediciones pero el único
camino posible que me puede llevar directo al viejo continente.
Inyectores de gas a cero. El altímetro de record: 73.545 pies, 22.416
metros. 190 nudos. Un tobogán hacia el Este. Lo que baje, ya no lo subo
artificialmente. Reviso las balizas. Lo más probable es que americe en
mitad del océano. Afortunadamente la barquilla es de kevlar y cerrada
flotará sin problemas pero se convertirá en una lavadora en fase de
centrifugado sin control. Voy preparando y fijando el material para que
no me triture en el interior. La que me espera.
Dia 33
Una buena noticia y
otra mala. La buena es que no he perdido demasiada altura -35.000 pies-,
la mala es que sí he perdido totalmente el rumbo planeado. En algún
lugar del meridiano 40W el Victoria II ha
abandonado el nivel alto del chorro atlántico para coger un contralisio
más débil que me está empujando con dirección sureste hacia el Ecuador y
el continente africano. Aventura.
Dia 34
12.000 pies y rozando la costa de Mauritania. Velocidad 40 nudos. No habrá lavadora, pero tampoco cava catalán para celebrar. Calculo que el Victoria II se acercará lo máximo a su sombra en algún lugar de Malí. Aprovecho para poner un poco de orden y conectar la última baliza posicional que movilice mi rescate.
Las térmicas del
atardecer en el desierto mantienen con agonía mi altitud y me conducen
unos 1.000 kilómetros mar adentro. Con el tele puedo divisar una pequeña
aldea Dogón. Uno de los grupos étnicos autóctonos de Malí.
La arquitectura dogón es muy característica y curiosa. Basada en la
arcilla. Esos pequeños pináculos oscuros son los tejadillos de los
graneros masculinos, donde se guarda el mijo. A mayor tamaño, mayor
indicación de la riqueza familiar. También hay graneros femeninos, para
objetos personales de la mujer, ropa y joyería. Y casas de menstruación.
Lugar de resguardo de las mujeres con el periodo; sucias e impúdicas
según su rancia tradición.
Dogon Village. Mali.
He tenido una idea.
Roza la locura pero no pierdo nada por intentarlo. Los equipos
electrónicos, las baterías y paneles solares del Victoria II son
unos 80 kilos. El depósito de agua —al 10%— debe andar por los 25
kilos. El váter químico, rezumante y bien colmado, debe llegar también a
los 20 kilos de mierda. Lo único verdaderamente imprescindible es la
tarjeta de memoria de la cámara, una baliza y un poco de agua. El Victoria II tiene
un balón de helio de apoyo con un empuje superior a los 1000
kilogramos. Cuanto más aligere la aeronave más me aprovecharé de él.
Cámaras, cartas de
navegación, portátil, gps, baterías, altímetro, barómetro, calentador,
váter… todo va por la escotilla. Dispuesto a ganar algo de altura que me
permita cerrar un sueño. En cuanto desengancho los paneles solares
exteriores noto el ascenso. Pero no es gran cosa. Lo único que no puedo
desmontar es el quemador de propano y la hélice de fibra de vidrio; el
resto va fuera. Ya no sé dónde estoy, ni el rumbo que llevo. Solo puedo
calcular la distancia por la orientación solar y el tiempo que
permaneceré por debajo de los 500 pies.
La última foto que
hago antes de deshacerme de la cámara compacta es de alguna ciudad
africana. No sé cuál es pero me permite hacer el enésimo análisis de
nuestro proyecto. Lo que yo llamo urbanismo religioso. Una ciudad
levantada en torno a su templo y construida radialmente para que desde
cualquier callejón de la misma puedas contemplar y tener siempre
presente a tu Dios. Como el panóptico de Jeremy Bentham, en el que con un solo carcelero podías vigilar todas las galerías. Solo que aquí el carcelero (también) es Dios…
En algún lugar de…
Alguien decidió que los
depósitos de agua y desechos orgánicos deberían montarse dentro de la
barquilla y no caben por la escotilla de ninguna forma. Decido romper
con el extintor el óculo del suelo que me permitía hacer las ortofotos y
vacío el contenido de ambos depósitos dentro de la cabina. El juego
consiste ahora en conducir con pies y manos los truños y todos los
líquidos hacia el agujero inferior. Tiro también toda mi ropa. Arranco
hasta el aislante del kevlar y las conducciones eléctricas que quedan.
100, 75, 50 pies…
Dia 34. 20.45 horas
Aquí estoy. En algún
lugar de África, desnudo, con el cuerpo embadurnado de mi propia mierda,
una tarjeta de memoria, un globo muerto y la esperanza de saber si he
cumplido un sueño.
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