ENTREVISTA: JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER (1944). “En América Latina el sistema educacional fue construido para una minoría”. Redacción Vivir. El espectador. Colombia
El chileno, autoridad mundial en
educación, asegura que los profesores de hoy no entienden cómo aprende
la mente de los jóvenes entre los 18 y los 25 años.
Cada paso del chileno José Joaquín
Brunner Ried —exministro de Estado de ese país, sociólogo— es cuidado
por dos mujeres que “le hablan al oído”. Se preocupan porque tenga su
café en la mesa a tiempo, y porque por lo menos coma fruta y queso al
desayuno. Brunner es una especie de celebridad mundial en el sector
educativo. Una autoridad. Un investigador juicioso y reputado.
Estuvo en Colombia, invitado por la
Universidad del Rosario de Bogotá, para hablar frente a decenas de
profesores —en la celebración de su día— sobre las transformaciones que
ha sufrido este oficio. Sobre la brecha insuperable que existe hoy entre
los viejos y los más jóvenes, porque los primeros defienden una
metodología que “va a desaparecer” arrasada por el mundo digital.
Se paró frente a decenas de académicos
para contarles que en Colombia sólo el 4,8% de los maestros contaba con
un doctorado para 2010 y que entre 2005 y 2010 la planta de maestros
universitarios creció solo en 4.672 docentes, al pasar de 97.880 a
102.552. Al terminar la charla habló con El Espectador, mientras las dos
mujeres lo escoltaban.
Sus teorías llevan a pensar que el postulado “pueblo pobre, pueblo mal educado” es nuestra irremediable realidad.
Los niños de hogares de menores ingresos
están recibiendo una educación realmente deficitaria. Lo más grave es
que las competencias más importantes para aprender autónomamente a lo
largo de la vida están siendo mal formadas en esta etapa. La comprensión
lectora y el manejo numérico y de razonamiento, que es lo que el
colegio debería estar formando en el plano cognitivo, son muy débiles.
¿El que está fallando entonces es el Estado, que tiene en sus manos la educación básica de las poblaciones más vulnerables?
Así es. En América Latina este es un
fracaso no de un gobierno azul, verde o rojo, sino de todos los estados a
lo largo del siglo XX. Mientras los países europeos, y algunos
asiáticos, lograron en buena parte del siglo XIX y en el XX establecer
una educación de alta e igual calidad para todos los niños y jóvenes,
independientemente de si eran hijos de obreros o de empresarios, en
América Latina el sistema educacional fue construido para una minoría.
Luego, cuando se intentó incorporar a los excluidos, se hizo en colegios
estatales de muy mala calidad.
Para remediar esto, la Secretaría
de Educación de Bogotá propone que las universidades públicas tengan
unos cupos obligatorios para los estudiantes que vienen de colegios
públicos. ¿Cree que es una salida?
Creo que ayuda, pero bajo la condición
absoluta de que no sólo les aseguren acceso. Entrar significa sólo pasar
por una puerta, pero lo que le ocurre después a quien ya está adentro,
que tiene que entender los textos que está estudiando, que tiene que
seguir el ritmo de sus compañeros que saben estudiar autónomamente, es
de lo que realmente se tienen que ocupar quienes hacen estas propuestas.
El paso decisivo es cómo la universidad organiza su pedagogía para
ayudarles a estos alumnos, de tal modo que no terminen desertando:
tienen que tener clases especiales y compensatorias, tutores
individuales… Si no lo hacen, el experimento no funciona.
Usted dice que los profesores no
saben cuáles son las formas de aprendizaje para los jóvenes entre los 18
y los 25 años, que no saben cómo aprenden sus mentes. ¿Qué está dejando
ese vacío?
Uno llega a ser profesor universitario no
porque sigue un estudio especial que se llame “ser profesor
universitario”, sino porque uno es sociólogo, abogado, enfermero… Nadie
enseña didáctica ni el arte de enseñar la profesión, lo que sí se hace
con los profesores de educación básica. Ahora nos hemos dado cuenta de
que no puede ser así y hay universidades que están haciendo un esfuerzo
para transformar a un buen sociólogo en un buen profesor de sociología.
Estamos aprendiendo a enseñarles a nuestros profesores a enseñar.
En Colombia sólo el 4,8% de los profesores tiene un doctorado. Eso suena muy grave…
Primero hay que identificar para qué
quiero personas con doctorado dentro de mi cuerpo académico. Para una
carrera de investigador formal sí es casi imprescindible tener un
doctorado.
También están los maestros que se quedaron siempre en la academia y que no tienen experiencia en la práctica…
Esos profesores están condenados a ser un fracaso.
¿Cree que el estatus o el valor de esta profesión ha decaído?
Creo que se ha diferenciado. Los maestros
dejaron de ser genios absolutos, como ocurría hace cuarenta o cincuenta
años. Hay además un fraccionamiento, una brecha entre los viejos y los
jóvenes. Los profesores jóvenes, de 35 años, que vienen de doctorados de
buenas universidades de Europa y Estados Unidos, tienen una mirada
crítica hacia sus maestros que nunca salieron, que nunca escribieron
para una revista internacional. Además, hay un problema con la
disciplina: cuando los viejos estudiaron, la disciplina era mucho menos
dinámica y menos poblada de conocimiento; la nueva generación viene de
una disciplina en que el conocimiento no se detiene.
¿Podría decirse que hay una especie de pasividad de los viejos al acoplarse a los nuevos lenguajes que exige esta era digital?
No es pasividad. Es otra cultura. Otros
valores. Ellos hacen parte de una forma de ejercer la profesión que
empieza a quedar conceptual, tecnológica y culturalmente superada por la
era digital. De hecho su metodología, la del profesor que enseñaba con
la pura palabra y con el mismo texto durante veinte años, desapareció.
Hoy un profesor joven piensa cada curso de forma diferente y tiene los
medios para hacerlo, porque se sienta frente a su computador y puede
bajar el currículum de su curso tal y como se enseña en Oxford o en
Harvard. Ese es su punto de comparación. Esa es su competencia. No es
que los viejos sean malos o pasivos, eran muy buenos, pero eran de un
mundo que de repente colapsó.
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