LE CORBUSIER(1887-1965)
Hacia una arquitectura. Barcelona 1977
Urbanisme, PARÍS 1925
A propósito del urbanismo. Barcelona 1980
La Charte D`Athénes, PARÍS 1943
Principios de urbanismo: La Carta de Atenas. Barcelona 1996
La influencia de Le Corbusier sobre la teoría y la práctica de la arquitectura y el urbanismo del siglo XX tiene una importancia que no se puede estimar suficientemente. No existe prácticamente ningún otro arquitecto que haya conseguido intervenir —tanto con su obra construida y sus proyectos como con su amplia obra teórica— de un modo tan provocador, sentando nuevos parámetros, en el discurso sobre la arquitectura moderna. Quería, según una de sus frases famosas, abrir «ojos que no ven» para la belleza de la moderna ingeniería; sus trabajos teóricos los consideraba como «advertencias a los arquitectos», que habían de servir como ayuda para el conocimiento hacia una arquitectura moderna, un «juego consciente, exacto y maravilloso de las obras construidas bajo el sol».
Charles-Edouard Jeanneret, quien a partir de 1923 —en su condición de arquitecto y teórico— comenzó a denominarse «Le Corbusier», nombre derivado del apellido materno Lecorbésier, nació en La Chaux-de-Fonds (Suiza occidental) en 1887. Tras su traslado a París en 1917, comenzó a publicar en 1920, con el pintor Amédé Ozenfant, la revista Esprit Nouveau; en el total de 28 números aparecidos hasta 1925 desarrolló una plataforma propia con el objetivo de fundar y propagar una estética de la era de la maquinaria.
Muchas de las tesis que se habían ido publicando en Esprit Nouveau se recogieron en 1923 en la primera obra sobre teoría de la arquitectura de Le Corbusier: Vers une architecture (Hacia una arquitectura), obra que vertió sus principios teóricos en una colección de textos tanto provocadores como de interesante presentación. Este libro dio a conocer a su autor a nivel internacional; todavía hoy sigue siendo una referencia extraordinaria para el gesto y el contenido de la moderna propaganda arquitectónica. Aunque, por su tipografía, el libro parece más bien convencional, el lector se ve atraído por la creación de lemas y sus numerosas repeticiones, y sobre todo por montajes de textos e imágenes fuera de lo común. La polémica alterna con frases que no admiten contestación; la estética subjetiva de la arquitectura se interpreta como la suma de constantes antropológicas.
El libro consta de diferentes capítulos, precedidos por axiomas. Sus afirmaciones se ven subrayadas por el uso de frases muy sencillas y en parte muy breves, por lo que pueden retenerse fácilmente, y por el uso de símiles poéticos.
Sorprenden las ilustraciones que incluye, que en muchos casos no se refieren a sus propios proyectos, sino que están tomadas tanto de la historia clásica de la arquitectura como del ámbito de la ingeniería. Resulta sintomática la comparación entre el Partenón de Atenas y un automóvil deportivo, de efecto calculado para sorprender. En su argumentación, Le Corbusier emplea los ejemplos de la arquitectura clásica como modelos, cuya lógica racional sienta un parámetro que busca su réplica adecuada en la era industrial. Por esto,
el ingeniero fue el primero que, sin el lastre de la tradición académica, desarrolló la solución precisa para problemas mecánicos. Sin embargo, según Le Corbusier: ¿qué otra cosa es una casa que una «máquina para vivir»?
La nueva estética resulta de un claro análisis de funciones, con lo que continúa el debate en torno a una reforma de la estética de la arquitectura que estaba desarrollándose desde la segunda mitad del siglo XIX. La forma sigue a la función y su configuración ha de medirse con la capacidad de convicción del diseño industrial; cubiertas de transatlánticos con sus bordas y escaleras de caracol, sus ojos de buey y el blanco funcional proporcionan el material ilustrativo para una belleza arquitectónica, que se caracteriza no solo por su adecuación, sino que también posee cualidades higiénicas y casi morales. Así, sobre un trasatlántico. Le Corbusier escribe: «una arquitectura pura, limpia, clara, pulcra y sana». Por el contrario, los «estilos» son «una mentira». Al mismo tiempo, Le Corbusier rehabilita la arquitectura como forma artística, cuando atribuye al arquitecto la tarea de configurar, más allá de la mera función racional. Solo con la mano ordenadora del artista se crea el efecto estético satisfactorio que atribuye a la nueva arquitectura. Llama la atención que Le Corbusier no formula su tratado en el contexto de una utopía social revolucionaria; todo lo contrario: el capítulo final titulado «Arquitectura o revolución» manifiesta que al autor no le interesa integrar su estética en un contexto de utopía social. Al contrario: para él existe un déficit en la creación de circunstancias adecuadas de trabajo, de vida y sobre todo de vivienda, para una sociedad industrial progresista.
Por tanto, la construcción de vivienda y sobre todo los problemas fundamentales del urbanismo moderno constituyen los temas de las posteriores publicaciones de Le Corbusier. El tratado Urhanisme (A propósito del urbanismo), aparecido en 1925, supone un comienzo de principios. Análogamente a sus provocadores teoremas sobre la arquitectura moderna, el urbanismo se define en primer lugar desde un punto de vista funcional y la ciudad como un instrumento de trabajo. Orden y linealidad, análisis funcional y formas rígidas se derivan, al parecer necesariamente, de esa argumentación. Sin embargo, y a pesar de toda la sobriedad del gesto argumentativo, no se puede dejar de lado el acceso a las cuestiones de la configuración urbana. Se trata de las «eternas formas de la geometría pura», que no solo se desprenden lógicamente de la función, sino que también aparecen «llenas de poesía». El proyecto, procedente de 1922, de una «Ville contempérame pour trois millions d'habitants», ilustra las consecuencias de esas reflexiones sobre principios de urbanismo: 24 rascacielos de oficinas, alineados regularmente en torno a un nudo de comunicaciones, forman una especie de corona urbana dentro de un paisaje urbano cruzado por espacios verdes y calles jerárquicamente ordenadas. Las diferentes funciones urbanas como el tráfico, el trabajo, la vivienda y el ocio están claramente definidas y relacionadas con determinados lugares. Con el «Plan Voisin», que comienza a desarrollar en 1922 y continúa hasta 1929, Le Corbusier aplica a París los principios desarrollados en «Ville contemporaine». Con una polémica directa confronta los antiguos barrios de la ciudad con su visión de una nueva ciudad.
Con la edición de la Charte d'Athénes (Principios de Urbanismo: La Carta de Atenas) en 1943, Le Corbusier publica el libro que mayores consecuencias tendría para el urbanismo contemporáneo. El texto se basa en las deliberaciones del 4° Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, que se desarrolló en 1933 durante un crucero de Marsella a
Atenas y que se vio influenciado decisivamente por Le Corbusier. Este mismo elaboró en 1941 las tesis, que editó en 1943, empleando en parte planos de su obra La Ville Radieuse, aparecida en 1935. De central importancia es la precisa diferenciación de las funciones urbanas, cuya separación ordenadora se considera como el núcleo de una planificación urbana racional. Con su tenor imperativo, La Carta aparece como un análisis preciso y como el instrumental que puede y debe emplearse en todo momento para solucionar problemas de urbanismo. Adquiere un tono casi dirigista cuando el autor exige que la Carta ha de obtener validez en los órganos administrativos. Es función de la arquitectura «crear o mejorar la ciudad; a ella corresponde la elección y la distribución de los diferentes elementos, cuyas proporciones logradas fundamentarán una obra armónica y duradera. El arquitecto tiene en sus manos la clave de todo ello».
Aún hoy. Le Corbusier sigue polarizando la crítica arquitectónica. Sus posturas y su reivindicación, y también la influencia que ejercen sus teorías, le predestinan para ser la diana de la crítica de la ciudad moderna, tal y como ha sucedido en muchos lugares dentro de la recepción de las tesis de Le Corbusier. Para sus críticos, la ruptura con la tradición, la separación de funciones y el dictado de la lógica funcional parecen ser los aspectos decisivos de un urbanismo equivocado. Al mismo tiempo no se discute que ningún otro haya reivindicado tan claramente como él el primado de la arquitectura en la era de la modernidad industrial. Junto a la historicidad de su programa, la aspiración de calidad artística es el principio por el que se ha de medir la realización de sus visiones urbanísticas.
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