LA ARQUITECTURA DE LA CIUDAD (II)

En 1966 Aldo Rossi publica su obra más trascendental y a la larga uno de los libros más influyentes de la arquitectura del siglo XX. Un texto que alcanza un papel representativo similar al de los tratados de la época clásica. Este libro se titula La arquitectura de la ciudad y su pretensión es la de entender siempre la arquitectura en relación a la Ciudad, a su gestión política, memoria, ordenanzas, trazado y estructura de la propiedad urbana. En su libro, Rossi habla poco de arquitectura y de arquitectos; construye el sabio tejido del libro a partir de los diferentes puntos de vista desde los que puede contemplarse la ciudad: desde la antropología, la psicología, la geografía, el arte, la novela, la economía, la política.
Hemos de tener en cuenta que en el contexto cultural y geográfico europeo, la ciudad, tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en un bien escaso y enfermo que debe ser cuidadosamente reconstruido. Ello explica el drástico cambio de visión que se ha producido respecto a la ciudad. Es la distancia que va del texto de Ludwig Hilberseimer, La arquitectura de la gran ciudad (1927) -una ciudad ingenieril que se expresa a partir de los edificios más avanzados que se están realizando, es decir, aeropuertos, terminales de autobuses, oficinas, naves industriales, puertos, grandes edificios comerciales- hasta el texto de Rossi, La arquitectura de la ciudad, entendiendo la ciudad como un bien histórico y cultural, como la familiar ciudad europea del siglo XIX.
Años antes, en 1956, en uno de sus primeros artículos, Aldo Rossi había desarrollado uno de los conceptos transmitidos por su maestro, relacionado con la historia y la memoria. Se trata del concepto de tradición, entendida como un orden a partir del cual se puede llegar a otro más amplio y nuevo por medio de la crítica racional. En estos años se extiende la convicción de que la tradición de lo nuevo generada por las vanguardias ha reducido todas las demás tradiciones a algo trivial. Es necesario, por lo tanto, adoptar una postura crítica respecto a la mitificación de lo nuevo.
La arquitectura de la ciudad proponía toda una serie de criterios metodológicos que muy pronto fueron adoptados por una gran parte de la arquitectura contemporánea, en especial en Europa.
Uno de los conceptos de partida del libro es la crítica a lo que Rossi llama el «funcionalismo ingenuo». De hecho, esta dura crítica al funcionalismo está también en Mínima Moralia, de T.W. Adorno, uno de los autores que ha influido sobre Rossi. Desde la propia arquitectura Rossi hace referencia a la crisis de todas aquellas concepciones mecanicistas, ya sea de la sociedad, de la antropología -como Malinowski-, de la geografía -como Ratzel- y de la ciudad.
Demuestra cómo no existe una relación unívoca y lineal entre las formas y las funciones. Las formas no son directamente el resultado de las funciones sino que van mucho más allá de las estrictas funciones.
Años más tarde, en Autobiografía científica (1981) insistirá en que «siempre ha afirmado que los lugares son más fuertes que las personas, el escenario más que el acontecimiento. Esa posibilidad de permanencia es lo único que hace al paisaje o a las cosas construidas superiores a las personas».
En este sentido, es clarificadora su admiración por los arquitectos iluministas franceses. En 1967, en su introducción a la edición italiana de Architettura, Saggio sull'arte de Etienne-Louis Boullée, Aldo Rossi escribe: «El gan interés que sentimos por Boullée como teórico... se funda en este rechazo de la posición funcionalista de la arquitectura, con la consiguiente negación a identificar el pensamiento de la arquitectura con la obra construida.» Según Boullée «hay que concebir para poder obrar. Nuestros primeros padres construyeron sus cabañas sólo después de haber concebido su imagen. Esa creación que constituye la arquitectura es una producción del espíritu por medio de la cual podemos definir el arte de producir y de llevar a la perfección cualquier edificio. El arte de construir no es pues más que un arte secundario que me parece conveniente definir como la parte científica de la arquitectura»,''
Vanas décadas de reutilización de edificios históricos para nuevos usos nos han demostrado ampliamente lo que defendía Rossi: la forma es más fuerte que cualquier atribución de uso e incluso la máxima precisión arquitectónica favorece una mayor libertad funcional, un posterior cambio de destino.
De hecho, más allá de lo señalado por Aldo Rossi, es un hecho destacable que la arquitectura de las últimas décadas se ha distinguido por su capacidad de reconvertir la vieja arquitectura para nuevos usos.
Una de las imágenes más genuinas de la situación posmoderna de la arquitectura es la de los contrastes formales que genera este cambio de usos: estaciones convertidas en museos, palacios rehabilitados como sedes de administraciones públicas, iglesias reconvertidas en despachos, museos o discotecas.
Otra de las aportaciones clave que aparece en el texto de Aldo Rossi es la consideración de los dos elementos básicos de la ciudad, los dos diferentes tipos de piezas que, según la clasificación aristotélica de esfera pública y esfera privada pueden establecerse. Por una parte, los monumentos, los elementos primarios, aquellos edificios o espacios públicos pertenecientes a la esfera publica, que crecen siempre puntualmente, que constituyen operaciones irrepetibles y que están promovidas por destacados esfuerzos colectivos, y por otra parte, las áreas residenciales, la vivienda, que crece siempre por áreas y que conforma el tejido básico de la ciudad.
Cada una de las tipologías arquitectónicas residenciales -casas entre medianeras, bloques, torres, viviendas apareadas, etc.- está pensada desde la lógica de la repetición. La esencia del tipo residencial genuino del siglo XIX -la casa plurifamiliar entre medianeras desarrollada en profundidad- son sus medianeras, aquellos muros ciegos que quedan a la espera de que una casa de similares características tipológicas se sitúe a su lado.
Esta división entre monumentos y tejido residencial, que puede parecer obvia e inofensiva, ha tenido una enorme trascendencia y es un instrumento básico para la intervención en la ciudad histórica. La revalorización del monumento como hito privilegiado para definir la imagen y carácter de la ciudad -la voluntad de recuperar la idea de monumentalidad había sido ya anunciada en los años cuarenta por arquitectos y críticos como Ernesto N. Rogers, Josep Lluis Sert, Sigfned Qiedion, Louis Kahn o J.M. Richards- tiene consecuencias teóricas trascendentales y implica una visión de la ciudad opuesta a la del Movimiento Moderno. La idea de ciudad racionalista, expresada, por ejemplo, por Ernst May, se basaba en una concepción mecanicista y reductiva, desarrollada según un proceso sumativo y lineal: varias camas forman una célula de vivienda, varias células de vivienda forman una unidad tipológica o edificio, varios edificios forman un barrio, varios barrios son la ciudad. Si en este esquema el monumento no se ha tenido en cuenta, desde el momento en que es resituado en su lugar central, el esquema maquinista del racionalismo, en el que el monumento no existía, salta por los aires.
Rossi pone de manifiesto que la ciudad histórica se ha proyectado en el orden inverso al planteado por el urbanismo racionalista.
Sin embargo, por otra parte, recuperar la idea de monumentalidad significa también recuperar todo el lastre que va unido a ella.
Monumentalidad comporta una concepción estática del mundo, significa un retroceso respecto a los planteamientos de las vanguardias. Precisamente uno de los diecisiete puntos de la arquitectura neoplástica que Theo van Doesburg publicó en 1925 se basaba en superar la idea de monumentalidad contra «una arquitectura de transformación, de ligereza y de transparencia». Por lo tanto, se volvía a la visión estática y al deseo de monumentalidad, solidez y permanencia de la arquitectura académica y se eludía la concepción más efímera y ligera de la arquitectura propuesta por el Movimiento Moderno.
Otra crítica a posteriori que puede hacerse a esta aportación teórica de Rossi -entender la ciudad conformada por repetitivo tejido residencia y singulares elementos primarios- es la siguiente: si estudiamos los edificios públicos que surgen en las periferias de toda ciudad industrial -fábricas, hospitales, hospicios, escuelas modelo, maternidades, prisiones, mataderos, etc, es decir, parte de lo que se ha denominado los equipamientos del poder, comprobamos que no responden en su forma a la idea de singularidad de los monumentos.
Se trata de una arquitectura pública, pero más funcional que monumental, no basada en la singularidad sino en el crecimiento mediante la repetición de naves, galerías, pabellones, estructuras en torno a patios, etc. En esto, su lógica morfológica está más próxima a la lógica de la repetición y adición de la residencia que a la de la singularidad de los monumentos. Sus grandes espacios interiores se basan en la flexibilidad e indeterminación. Su lenguaje responde a una lógica productiva alejada de los estilos cultos y monumentales.

La «crítica tipológica»
Otro de los conceptos básicos reutilizados por Aldo Rossi y por muchos otros arquitectos europeos es el de tipología arquitectónica. De hecho, críticos y arquitectos italianos, desde finales de los años cincuenta, han vuelto a utilizar este concepto. Saverio Muratori lo utiliza para sus estudios del tejido urbano de ciudades italianas, relacionándolo con la dimensión histórica y con los instrumentos de la proyectación. El mismo Giulio Cario Argan, a principios de los años sesenta, volvió a poner en circulación este concepto académico que fue básico en los planteamientos de Quatremére de Quincy. Siempre que existe una cierta voluntad clasificatoria y por lo tanto académica, se recurre a conceptos como el de tipo y modelo. En el caso de Aldo Rossi la reformulación de este concepto iba relacionado con la importancia otorgada a la trama urbana -cada tipología arquitectónica debe entenderse en función de la morfología urbana-, con la voluntad de señalar que aquello que está más cerca de la esencia de la arquitectura es la forma y la estructuración de los espacios. Si para Muratori el tipo es un concepto variable relacionado en el tiempo y el lugar, en cambio, para Rossi, partiendo de la confianza en la capacidad de permanencia de la forma, se trata de un arquetipo, de un principio lógico e inmutable.
En esta certeza de que existen valores formales dados, inmutables, Rossi se asemeja al artista clásico, avocado para siempre a la nostalgia por la belleza de los primeros modelos.
Pero tan importante como todo ello es que el concepto de tipo se convierte en instrumento esencial, no sólo del análisis sino también del proyecto. La opción tipológica sirve tanto como base del momento analítico de la arquitectura, como instrumento del proceso proyectual. El concepto abstracto de tipo permite identificar pensamiento y proyecto. Para Rossi, más allá del estilo, la justificación del edificio depende de unas leyes universales y permanentes. Con ello se configura una nueva manera de entender la arquitectura en los años sesenta: la que Manfredo Tafuri ha denominado la «crítica tipológica». La crítica tipológica reutiliza este concepto académico desde la nueva óptica del estructuralismo, intentando que se individualizan las formas espaciales invariantes.
Otro instrumento configurado por Aldo Rossi, que ya aparece en “La arquitectura de la ciudad” que también relaciona análisis con proyecto, es el de la analogía. En su libro, Aldo Rossi habla de la ciudad análoga, aquella operación lógico-formal que utilizando el mecanismo de la memoria es capaz de mostrar con imágenes la esencia de una ciudad. Rossi pone como ejemplo la Venecia palladina y análoga dibujada por el Canaletto, pero podríamos añadir muchos otros ejemplos, como los grabados del Campo Marzio de Roma, realizados por Piranesi o la posterior recreación de las Ciudades invisibles de ítalo Calvino (1972). El mismo Rossi escribiría posteriormente, citando una carta de Jung dirigida a Freud que «pensamiento lógico significa
"pensar en palabras". Pensamiento analógico, en cambio, sentir aún lo irreal, imaginar todavía en el silencio. Es arcaico, inexpresado y prácticamente inexpresable en palabras» . En esta insistencia en la analogía y la memoria colectiva, Rossi se separa de la tradición realista de Rogers.
Y también su Autobiografía científica constituye una recreación de su propio mundo de formas, objetos y sensaciones construido a base de fragmentos de campo, ciudad e historia: faros, torres, cúpulas, pináculos, chimeneas, minaretes, casas colectivas, acueductos, casas de baño, etc. La analogía es una operación lógico-formal que define este carácter científico, lógico, histórico, urbano y público, pero al mismo tiempo biográfico, poético, fantasioso y personal que tiene la obra de Rossi.
En el desarrollo de este texto crucial de Aldo Rossi -La arquitectura de la ciudad- se contemplan diversos aspectos trascendentales de la ciudad. Se habla del «alma de la ciudad», tomando prestado este término del geógrafo Vidal de la Blache, fundador de la Escuela Regional Francesa. Es una idea que sintoniza con el planteamiento de la ciudad como obra de arte defendido por Gamillo Sitte. Y es el alma de las ciudades europeas que algunos novelistas como Thomas Mann han sabido recrear tan sabiamente. Recordemos tan sólo La muerte en Venecia (1912).
También se habla de «la ciudad como manufactura». En contra del determinismo se defiende la capacidad del hombre para transformar el ambiente, para ir creando patria artificial. Es lo que Claude Lévi Strauss ha definido en ideas tales como «la ciudad como frontera entre lo artificial y lo natural»y «la ciudad como mayor creación
de la civilización».
Otra de las aportaciones que Aldo Rossi integra, de gran trascendencia a partir de los años sesenta, es la de Kevin Lynch. Su texto La imagen de la ciudad (1960) constituye una de las aportaciones más cruciales de los años sesenta, encontrando inmediatamente reflejo en los escritos de Rossi o de Norberg-Schulz. En sus trabajos Lynch afronta la interpretación de la ciudad desde criterios psicologistas y geométricos fuertemente influidos por las teorías perceptivas de la Gestalt. En este libro el objetivo es el de ¡luminar los estratos más profundos de cómo la conciencia colectiva e individual va recreando imágenes de la forma de la ciudad para irla haciendo «legible». La introducción de los conceptos urbano-formales de «senda», «borde», «barrio», «nodo» e «hito» ha tenido enorme influencia hasta hoy.
Rossi destaca la insistencia de Claude Lévi-Strauss en subrayar un instinto espacial del hombre, que siempre acaba desarrollándose. Rossi escribe hablando de LéviStrauss que «ha ido quizá más adelante que todos al hablar de esta cualidad de los hechos urbanos y al afirmar que por muy rebelde que haya llegado a ser nuestro espíritu euclidiano a una concepción qualitativa del espacio, no depende de nosotros que ésta exista». Inevitablemente las ciudades evolucionan hacia el oeste, desarrollan la dicotomía centro-periferia, se despliegan en ejes paralelos y perpendiculares, etc.
Por último, el texto de Aldo Rossi trata la ciudad como hecho económico e histórico, señalando el papel esencial de la estructura fragmentada de la propiedad privada y las trascendencia de operaciones públicas de expropiación. En esta parte del libro Rossi recoge la herencia de un filón de la tratadística clásica sobre la ciudad (Poete, Lavedan, Halbwachs, Bernouilli).
Rossi insiste en que la ciudad es el lugar de la política, el espacio donde las manifestaciones colectivas expresan su voluntad; y para sustentarlo, recurre a Engels. Concluye su libro con las siguientes afirmaciones: «La política, de hecho, constituye aquí el problema de las elecciones. ¿Quién elige en última instancia la imagen de una ciudad? La ciudad misma, pero siempre y solamente a través de sus instituciones políticas.
Se puede afirmar que esta elección es indiferente; pero sería simplificar trivialmente la cuestión. No es indiferente; Atenas,
Roma, París son también la forma de su política, los signos de una voluntad (...).
En fin, el hombre no sólo es el hombre de aquel país y de aquella ciudad, sino que es el hombre de un lugar preciso y delimitado y no hay transformación urbana que no signifique también transformación de la vida de sus habitantes. Pero estas reacciones no pueden ser simplemente previstas o fácilmente derivadas; acabaremos atribuyendo al ambiente físico el mismo determinismo que el funcionalismo ingenuo ha atribuido a la forma. Reacciones y relaciones son difícilmente individualizables de modo analítico; están comprendidas en la estructura de los hechos urbanos.
Esta dificultad de individualización nos puede inducir a buscar un elemento irracional en el crecimiento de la ciudad. Pero este crecimiento es tan irracional como cualquier obra de arte; el misterio estriba quizás, y sobre todo, en la voluntad secreta e incontenible de las manifestaciones colectivas.
Así, la compleja estructura de la ciudad surge de un discurso cuyos puntos de referencia pueden parecer abstractos. Quizás es exactamente como las leyes que regulan la vida y el destino de cada hombre; en toda biografía hay motivos suficientes de interés, si bien toda biografía está comprendida entre el nacimiento y la muerte.
Es cierto que la arquitectura de la ciudad, la cosa humana por excelencia, es el signo concreto de esta biografía; aparte del significado y del sentimiento con los que la reconozcamos.»
En este texto, por lo tanto, conviven ya la búsqueda de lo científico y, a la vez, la aceptación de elementos irracionales que caracteriza la teoría y la obra de Rossi y que muchos de sus seguidores no han sabido entender.

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